Cuando la música no nos pertenece

Prólogo

Ya son varias semanas desde que cerré la última página de mi viaje soñado a Japón, y me sigo preguntando hasta cuando recordaré con melancolía muchas de las experiencias vividas entonces. La vuelta a la rutina me ha hecho reflexionar sobre mi forma de mirar al pasado y me he dado cuenta de que más que extrañar Japón como espacio, lo echo de menos como sentimiento. Mi nostalgia no reside en un lugar, sino en lo que sentía en ese lugar. Esto hace que mi añoranza no tenga remedio ya que un retorno no supondrá revivir las sensaciones de la primera vez. Estoy convencido de que volveré a pisar tierra nipona, pero las sensaciones serán nuevas y los descubrimientos serán otros.

Desde finales de julio no he publicado nada en el blog, lo que no significa que la escritura no haya tenido su espacio en mi tiempo libre. Al fin y al cabo, escribir sobre el viaje es la única forma viable de la que dispongo en estos momentos para rescatar dichas sensaciones.

Con esa empresa en mente, he tecleado mucho, buscando evocar parte de mi experiencia al visitar “el país de los dioses”… pero nada me convencía.

Intentando dar con la solución decidí concretar, reducirme espacio para evitar las divagaciones que estaban siendo obstáculo cuando siempre me habían servido de ayuda. Esa decisión me llevó a dejar de hablar de Japón, para empezar hablar de Kioto. No conforme con ello, dejé de hablar de Kioto para empezar a hablar de sus rincones, para después hablar sobre los templos y santuarios de esos rincones.

Por lo que he decidido que la mejor opción es la de escribir pequeños textos sobre experiencias concretas del viaje, y así tener un lugar al que volver cuando el cruel olvido haga mella en mi memoria y cosas que creía transcendentales hayan desaparecido de mis recuerdos. Pequeñas boyas a las que agarrarme cuando la ola del olvido arrastre mis tesoros más preciados.

Cuando la música no nos pertenece: armonías de la naturaleza

Mi primera entrada sobre el viaje a Japón está dedicada al templo budista Eikan-do (Zenrin-ji), una de las últimas y más especiales visitas que realicé cuando recorría el camino de la filosofía, en Kioto.

El templo lo tiene todo: siglos de historia, variadas edificaciones, preciosos jardines por los que pasear y un estanque cuya contemplación altera la concepción del tiempo en el espectador. Recorramos brevemente su historia.

En el período Heian, un noble donó su villa a un sacerdote budista, quien la convirtió en el templo Zenrinji (templo del bosque tranquilo). En esa época el templo perteneció a la secta Shingon y el primer sacerdote del lugar fue un discípulo del fundador de dicha secta.

En el siglo XI el sacerdote del lugar se llamaba Eikan, y a él se le atribuye la adquisición del mayor tesoro del lugar: una estatua del Buda Amida que mira hacía atrás. Esta estatua además de ser objeto de adoración para los creyentes, es también el principal reclamo turístico del templo. La leyenda dice que el sacerdote Eikan estaba paseando por el templo cuando la estatua, que originalmente estaba mirando hacia adelante, giró su cuello hacia el sacerdote para conversar con él.

Dos siglos después, el sacerdote jefe de entonces convirtió el templo a la secta Tierra Pura*, ya que el fundador de dicha secta, el monje Hōnen quedó prendado ante la belleza del lugar.

*Como curiosidad: en la maravillosa Kokoro, novela de Natsume Soseki, se le hace mención a la secta, ya que uno de los protagonistas admira a uno de sus integrantes más célebres.

Una vez entras en el templo comprendes el enamoramiento de Hōnen. La visita al templo Eikan-do no es sólo un deleite visual; sino también sonoro. La grácil sensibilidad de sus atractivos jardines están arropados por pequeños arroyos que desembocan en el estanque principal en cuyo centro reina un pequeño santuario a modo de isla. Las rocas de los jardines parecen existir para ocupar el lugar que ocupan y sólo ése, por lo que inconscientemente caminas de forma sigilosa, queriendo evitar dejar cualquier rastro profano. Y la cuidada madera de sus pasillos y el refinamiento con el que las puertas correderas están pintadas no hacen más que avivar la necesidad de pasar inadvertido.

Pero lo dicho, Eikan-do se disfruta incluso con los ojos cerrados. El silencio sepulcral solo se interrumpe por los repentinos movimientos de las carpas Koi, el zumbido de los insectos, la llegada de los arroyos al estanque, las campanas lejanas o los leves crujidos de la madera ante pisadas ajenas.

Es más, el mayor recuerdo de mi estancia no es mi encuentro con el Buda que mira hacia un lado, sino el sonido del agua al caer en una especie de pozo. Si me preguntasen por la ubicación de la estatua estaría obligado a consultarla en internet. En cambio sería capaz de guiar con exactitud a aquella persona que estuviese interesada en disfrutar del sonido del agua caer.

En mitad de dos escaleras que llevaban a pequeños balcones para disfrutar de asombrosas vistas de Kioto me encontré con una especie de pozo de bambú con un largo cucharón muy típico en los santuarios sintoístas para realizar el ritual del lavado de manos. Pero en esa ocasión un pequeño cartel nos advertía de que estábamos ante algo diferente. El rótulo nos invitaba a coger el agua con el cucharón y dejarla caer entre las ramas de bambú, para así crear un sonido similar al koto.

Por miedo a perderme el sonido que allí se anunciaba, esperé a quedarme solo y me concentré para evitar cualquier distracción posible. Cerré los ojos y durante unos pocos segundos contuve la respiración. Logré que desapareciesen todos los ruidos del mundo, conscientes de su irrelevancia en ese preciso instante y sólo las gotas irrumpieron en la armonía del silencio más absoluto. El cartel no engañaba, el sonido poseía una musicalidad inesperada, como si unas manos delicadas estuviesen descubriendo el koto por primera vez. Cuando el breve concierto cerró sus últimas notas quise repetir, pero nunca fue lo mismo. No hubo expectación ni incertidumbre, y al reconocer lo que se avecinaba, no me tuve que exigir un gran nivel de concentración, ya que en el segundo intento me era más fácil reconocer el sonido. Saber lo que va a acontecer no siempre es virtud.

El resto de la visita la recuerdo como se recuerdan algunos sueños, con exactitud y recelo. Los sueños despiertan más suspicacia cuanto más reales son, y la sensación es parecida cuando la realidad es tan onírica.

El cartel advertía que el sonido nos recordaría al koto, pero en realidad, por muy antiguo que sea el koto, es el instrumento el que imita la melodía de la naturaleza y no al revés. La música del koto es la reimaginación del sonido que produce el agua cuando se desliza entre las ramas de bambú y cae al pozo. Ni siquiera la música nos pertenece.

13 Comments

  1. John, ¡qué entrada más bonita! En esta pequeña píldora me has trasladado totalmente a ese mágico rincón, gracias por compartir la experiencia.
    No he tenido tiempo de comentar nada, pero que sepas que he seguido el viaje con tus fotos desde mi rincón como si estuviera allí. Qué enviada más sana que me das. ¡Besos!

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    1. Aix Cris, qué bonito todo lo que me dices. ¡Gracias a ti por la visita y por tan amables palabras!

      Me alegra saber que has disfrutado con lo que estuve compartiendo del viaje a Japón. ¡Fue una experiencia inolvidable!

      ¡Besos de vuelta!

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  2. Como te comenté estos días, es una entrada preciosa, John.
    Dos veces lo he leído y sigo viajando a Kioto y visitando el templo Eikan-do, siempre con un matiz nuevo.
    ¡Qué maravilla de viaje y qué bonito que lo compartas con nosotras!
    Este podría ser el comienzo de una guía de viaje muy especial, ahí lo dejo.
    ¡Un besazo!

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    1. Qué bonito que me digáis que viajáis conmigo. Es en parte lo que tanto buscaba y tanto me costó encontrar: despertar, en parte, las sensaciones que viví allí. Por eso decidí concretar tanto, para «focalizar» la atmósfera lo máximo posible, en esta ocasión hacia el sonido del agua al caer.

      Muchas gracias por la visita, Eibi. Sabes que me alegra enormemente verte por aquí.

      ¡Besos!

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  3. He leído tu texto acompañándote en la visita a ese texto y he mantenido la respiración cuando has vertido el agua para no destuir ese instante mágico.
    Está escrito con gran delicadeza.
    Felicidades.
    Alberto Mrteh (El zoco del escriba)

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